11 noviembre 2017

El submarino Sanjurjo

Ya tenemos un escenario de terror dibujado. ¡Que vienen los yankis!, se decía por todas partes y, precisamente en Vigo, hubo alguien que se lo tomó muy en serio, un tipo genial que no quiso quedarse sin hacer nada ante la amenaza en ciernes.
Se trataba de Antonio Sanjurjo, un empresario, mecánico e inventor, que era tan bueno manejando e ideando máquinas que era apodado como “El Habilidades”. En una España que había contado desde hacía tiempo con geniales ideas para dotarse de un arma submarina, algo que hubiera cambiado el curso de la guerra con los Estados Unidos, todo había quedado en proyectos olvidados. Ni la magnífica nave de Peral, ni otras genialidades como los torpederos de Cabanyes, ni diversos intentos anteriores como los de Cosme García o Monturiol habían terminado bien. Sin embargo, ante el riesgo inminente, el genial mecánico Sanjurjo decidió crear un arma submarina especial con la que poder defender la ría de Vigo.
El día 12 de agosto de 1898 Antonio Sanjurjo Badía llevó a cabo una excepcional proeza. Ese día, en las aguas de Vigo, se probó su boya-lanzatorpedos, ideada y construida por él mismo. Se trataba de un mini-submarino que, a lo largo de dos experimentos de inmersión llevados a cabo en aquella fecha, demostraron que podía utilizarse perfectamente para la defensa de la ría. Todo un éxito que, sin embargo, se quedó en mero espectáculo, pues la guerra había prácticamente terminado y nadie se interesó en construir en serie su ingenio.
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Sanjurjo Badía en su submarino. Fuente: Faro de Vigo.
¿En qué consistía el submarino de Sanjurjo? Su aspecto llama la atención por parecer una gran “T” de metal. Con una eslora de poco más que cinco metros, se desplazaba sumergido por aguas superficiales, podía llegar a alcanzar los veinte metros de profundidad, operado por tres tripulantes. Con una autonomía de unas cinco horas, dotado de propulsión manual a hélice, recordaba en esto muy lejanamente a los añejos submarinos Tortuga del siglo XVIII. El inventor gallego no sólo diseñó y construyó el pequeño submarino, sino que también lo financió con más de 16.000 pesetas de la época, un capital nada desdeñable, que complementó además con un donativo personal al esfuerzo por la defensa de las costas. La idea básica consistía en dotar a Vigo, y a todos los puertos de España, de flotillas de estos pequeños ingenios, capaces de unir minas a los cascos de los barcos enemigos para hundirlos. El fin de la guerra acabó con aquel sueño y no hubo más experimentos.

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